Foto: Bruno Ortiz Jaime; Texto: Renzo Gómez Vega
Tuvieron que pasar tres semanas para que se cobrara su revancha. Tres semanas con los sinsabores de la derrota. Tres semanas de espera, pero también de mucho trabajo. Gustavo Costas no podía ser tan obcecado. La hinchada empezaba a cuestionarlo y el crédito se le estaba terminando. Se dio cuenta que esa inmunidad (destacadas campañas pasadas) que creía densa y eterna era efímera y volátil. ¿La ingratitud del fútbol? Solo es la valía del presente, en este deporte las añoranzas pertenecen a aquellos que ya se encuentran al margen, son potestad de las viejas glorias –si así se les quiere llamar-.
El técnico argentino tenía que dejar de lado su clásica excusa del casi, su facilismo y su inconsistente argumento de atribuir sus infortunios a los azares del destino; sencillamente tenía que hacerse un mea culpa. Curiosa reflexión por esta época del año.
El equipo urgía de modificaciones: lateral izquierdo, volante de contención y delantera. Tanto Moisela como Corrales no habían sido solución a lo largo de las seis primeras fechas. Asimismo, existía un grave problema que al parecer se había solucionado, pero que en los últimos encuentros se había puesto de manifiesto: las pelotas paradas. Otra dificultad que revestía mayor detenimiento era sin duda el mediocampo. Se habían vuelto una constante las pérdidas de balón, la lentitud y la torpeza; teniendo a Juan José Jayo a su máximo exponente. Y si hablamos de torpeza, Wilmer Aguirre se lleva la presea dorada. Los clamorosos horrores del ‘Zorrito’ no podían seguir pasando inadvertidos. Como observamos, los replanteos eran imperiosos. Así lo entendió Costas.
El rival era Cienciano, la consigna la misma: ganar. La escuadra imperial venía precedida de un clima de tensión. Su entrenador Julio César Uribe había tenido duros altercados con el presidente del club, el pintoresco Juvenal Silva, quien cuestionó con ferocidad su labor y lo invitó ‘cortésmente’ a que dejara el banquillo. Todo esto generó que el partido tuviera más ingredientes de los acostumbrados.
Los aficionados y periodistas quedaron sorprendidos. Costas alineaba a Luis Trujillo en la banda izquierda y formaba una línea de tres en la volante con Marko Ciurlizza, Juan Jayo (¡piedad!) y Paolo de la Haza, dejando en la creación a Johnnier Montaño. En la delantera se había decidido por el siempre empeñoso Juan Diego González-Vigil.
Pitazo inicial. Afuera las especulaciones, vengan los hechos. Los espectadores terminaban de acomodarse en sus asientos cuando a los 3’ Leandro Fleitas se elevaba y con un testazo abría el marcador, luego de un tiro de esquina ejecutado por Trujillo.
El cuadro visitante estaba desconcertado, el planteamiento de Uribe se desdibujaba y no eran capaces de arrebatarles el balón a los blanquiazules. Sobretodo a Montaño. El colombiano brillaba con luz propia. Esta vez lejos de las responsabilidades de la marca, maniataba a su antojo a cuanto rival se le interpusiera en su camino. Regresaban sus genialidades, su toque exquisito y su irreverencia. Pero además su belicosidad: sostuvo un encarnizado duelo con Linares que casi le cuesta la expulsión.
El conjunto local siguió presionando hasta que a los 32’ se produciría una pelotera tras otro balón parado de Trujillo, que dejaría el esférico a merced de la pierna izquierda de Orlando Contreras, decretando el 2-0. Así se irían al descanso.
La segunda mitad no tendría muchas novedades. Costas, timorato quizá de alguna variación en el resultado, le puso cerrojo al mismo. Los ingresos de Quinteros, Aguirre y Uribe sirvieron más para oxigenar que para ambicionar un desenlace más abultado. Por su parte, Julio César Uribe realizaría infructuosos intentos por lograr la paridad. Tanto Guevara como Tomasevich no representaron la solución ansiada.
¿Milagro de semana santa o simplemente trabajo? Me animo por lo segundo. La suerte viene por añadidura, es consecuencia de la perseverancia. Sin embargo, no pequemos de entusiastas, aún falta mucho por mejorar. Lo positivo: la victoria y el replanteo táctico. Lo negativo: el déficit ofensivo. Paso a paso. Humildad en el triunfo y paciencia ante la adversidad.
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