Nos Deja... Abuu

Múltiples dejavúes. En eso se puede resumir lo vivido hoy en Matute. Cuando recién sanaban las heridas de las fallas garrafales del domingo pasado, estas se volvieron a abrir ante un santo. Tal como Ronceros ante Gálvez y Alva ante la ‘U‘, la blanquiazul cayó en los errores de siempre. Generó y llegó, pero todo acabó con una pelota parada en contra.

Foto: Isabel Ortiz Rojas; Texto: Denis Prince Delgadillo


Durante la semana costó bastante darle vuelta a la página del domingo pasado en el Monumental. La necesidad de salir vencedores ante la San Martín era más que necesaria. En los días previos al partido, Costas practicó con obsesión las pelotas paradas -esas que muchas veces definen los partidos- para evitar desatenciones que nos costasen otra vez un triunfo. Además, trabajó la moral del equipo. Ambos factores eran imprescindibles para esta tarde.

Tal como ya es conocido, la San Martín iba a plasmar un partido a su estilo, ese en el que se le acomoden a sus delanteros y volantes a jugar al contragolpe. Y así fue. Desde el principio las acciones tuvieron como protagonista más al de negro por sus constantes paralizaciones. Alianza salió con un planteamiento ordenado y aplicado en la marca, con el objetivo de asfixiar a los jugadores santos y así provocar el error. Ello se aplicó bien, empero la San Martín supo ser recíproco al momento de marcar, por lo que para los primeros 20 minutos ya había casi la misma cantidad de faltas pitadas y un visitante expulsado.

La expulsión le vino bien no solo a Alianza sino al partido. Ambos equipos empezaron a ser menos asfixiantes al marcar y los espacios se comenzaron a mostrar. De pronto, de la torpeza e imprecisión que generaba el pressing, se pasó a la dinámica de un partido más abierto donde González–Vigil y Fernández peleaban con los backs de Santa Anita, marcaban bien las diagonales y ganaban la mayoría de pivoteos.

De a pocos, la balanza se inclinó a favor del local, pues la San Martín, que a la espera de recuperar un pelota se acorazó en su campo para iniciar un veloz contragolpe con Ludueña, Luis García y Silva; se vio sorprendida con la disciplina táctica de los volantes blanquiazules para recuperar cada pelota.

El regreso a los vestuarios con la paridad a cero no parecía del todo justa, no era del todo justa pero era esperanzadora pues el equipo parecía haber superado el bajón emocional. Y cual réplica de los últimos minutos del primer tiempo, los de Costas salieron con las mismas actitud e intención de juego. Esta vez las llegadas fueron más claras y precisas. No obstante, Marco Flores iba a responder con creces ante su propia alma máter.

Tanto Corzo como Moisela se convirtieron en volantes por fuera, pues sus llegadas al área se hicieron constantes. Por derecha o por izquierda, comandados por Quinteros y apoyadas, laboriosamente como es su costumbre, por González-Vigil, la blanquiazul generaba constante peligro en arco albo. Ergo, el gol se veía venir. Primero Quinteros, luego Corrales y Fernández, por mencionar algunos, tuvieron inmejorables ocasiones de gol pero siempre Flores dijo presente. La llegada del gol se hacía inminente y solo se contaban los minutos para cambiar el cero en el marcador.

Sin embargo, tal como la historia peruana, cuya vida esta compuesta de muchos errores que nunca se subsanaron, la blanquiazul 2009 parece haber interiorizado absurdamente esta idea. Otra vez una pelota parada en los minutos finales, cuando el equipo estaba más cerca del triunfo y el rival no tenía mayores posibilidades de hacerse con él, llegó el golpe repentino, la testarudez y la ineptitud, de todo un poco. Sanmartincito representado en Ramos da la cachetada más avisada que se puede esperar. Tras el único gol, Costas estalló en rabia por la marca inocente de Jayo y Solís a Ramos.

De nuevo la misma historia, de nuevo el mismo final, de nuevo la sensación de sufrir con algo repetitivo. Ya no es cuestión de técnico ni de planteamientos, sino de jugadores.