Ya no hay PEL16RO

foto: Depor

Al fin esos rostros adustos y desconsolados a los que nos habíamos acostumbrado tras cada partido en el Cusco no se dibujarán más. Después de interminables 16 años, Alianza Lima consiguió lo que parecía una utopía: ganar. Dos remates espléndidos de Fernández y Aparicio silenciaron el Garcilaso y acabaron con un hechizo que se creía eterno.


Renzo Gómez Vega


Esta vez no habrá lamentos, tampoco arrebatos de cólera por una goleada o una derrota en el último minuto; sino sonrisas, éxtasis por los gritos contenidos durante tanto tiempo. Esa señorita llamada victoria que nos privaba de su ambrosía cada vez que visitábamos el fortín imperial despertó.

Pero esta bella durmiente era exquisita, no se iba a contentar con solo un príncipe para salir de su letargo, quería dos y esos fueron José Carlos Fernández y George Forsyth.

Por la apariencia –meras casualidades- no habría mucho que decir, mas si por lo futbolístico. José Carlos, que ciertamente venía teniendo actuaciones regulares, se acordó del goleador que era, del delantero temible que fue en el Cienciano del 2007, y con un derechazo dejó petrificado a Éxar Rosales.

Si Fernández los hacía, Forsyth los evitaba. El arquero estuvo impecable, atajó de todo; desde el penal de Cavallo (causado infantilmente por Corzo), los cabezazos de Sergio Junior, hasta las arremetidas de Guevara.

Alianza no lo liquidaba y el partido era abierto, de ida y vuelta. ‘Wally’ Sánchez desbordaba, intentaba fuera del área; Quinteros y Trujillo hacían lo propio. Incluso, De la Haza se dio tiempo para sumarse al ataque, aunque con los resultados de siempre: nublándose en los instantes decisivos. Por su parte, la defensa no otorgaba seguridad alguna. Cada tiro libre o desde la esquina era un peligro latente.

Amargos recuerdos rondaban a los blanquiazules, la historia era conocida: el desgaste y acto seguido la pérdida. Felizmente, nada de eso ocurrió.

A los 56 minutos, Kohji Aparicio conectó de volea un centro de Trujillo, que no pudo contener Rosales e incrementó la ventaja. De ahí en más, el encuentro fue otro. De un primer tiempo luchado, reñido, a una cómoda segunda mitad; el equipo victoriano se adueñó de las acciones, jugó con paciencia, con la desesperación del rival. Se apreció una oncena entera que jamás se vio extenuada a pesar del amplio despliegue físico.

Es cierto, este Cienciano nunca se asemejó ni por asomo a alguno de los que se convirtieron en nuestra ‘bestia negra’ campeonato tras campeonato; fue una imitación deslucida que cayó presa de sus errores y que se desorientó aun más con los estériles cambios de su técnico. También es verdad que Gustavo Costas tiene todavía mucho trabajo por hacer, sobre todo en los balones detenidos. Sin embargo, al menos hoy, dejemos de lado todas esas cavilaciones y sumerjámonos en un profundo sueño de domingo, afortunadamente, esta vez será dulce.