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Bruno Ortiz Jaime
En la vida existen hombres que conocen de dar galas en situaciones cómodas. De ejecutar sus mejores maniobras frente a adversarios que les permiten saberse y sentirse superiores. Mesut Özil es sin dudas uno de los mayores representantes de esta singular estirpe. Frío -helado-, sin mayores preocupaciones y aparentando a cada instante que no sabe en lo que está metido, el nacido en Gelsenkirchen se hizo tan helado como el frío clima de su ciudad natal y olvidó sus candentes raíces turcas. Y esto no es una crítica exagerada, porque ante la ausencia de Diego su presencia protágonica era ahora más que nunca inevitable. Quedó enormemente demostrado que Frings jamás podrá meter un pase en callejón en mucho tiempo y Özil jamás se animó a desplegar lo que mejor sabe, como si la habilidad se le fuera a acabar en una mejor corrida o una definición más vigorosa.
Y fue sencilla la lectura previa del partido. El Shakhtar y su disciplina táctica a ritmo de samba terminaron por inquietar en mayores tramos del partido. Ilsinho y Willian desesperaban y dejaban como troncos ridículos a Fritz y Boenisch. Jadson se tomó tan en serio la presión de ser el más mediático de los hombres de Lucescu y trató de lucir poco y producir más. Producir tanto como lo hizo la línea de fondo, que sin ser una luminaria deja notar que ha comprendido las bondades de temporizar.
Con un capitán que es caudillo cuando sabe que al lado tiene el respaldo futbolístico de sus diez compañeros, Darijo Srna ejemplificó la propuesta del equipo de Donetsk, que le destrozó las bandas al Bremen y entró tocando cuando quiso. Del otro lado, los portuarios desnudaros su más clara falencia: la dependencia. Si no estaba Diego, Pizarro pasó a convertirse en el ‘salvador’, ese ‘salvador’ en soledad que aparte de soportar la marca de Kucher y Chygrynskiy debía facilitarle la chamba a un Rosenberg intrascendente.
Y llegaron los goles del Shakhtar de la manera más previsible. El primero, de Luiz Adriano, tras un pase de Rat desde la izquierda, y el segundo de Jadson, tras cesión de Srna desde la derecha. Porque hay que ser sinceros, el partido fue entero de los ucranianos, pese a los momentos de ataque en los que el Bremen tuvo un par de jugadas en pelota parada. Y fue de esa manera que encontró Naldo el empate, en complicidad con Pyatov. Porque no había otra. ¿Acaso Pizarro iba a descontar a medio equipo rival y definir como si nada? Es cierto que los recambios pusieron lo suyo: Hunt y su entusiasmo pese sus limitaciones y Tziolis con el coraje que demostraba sus ganas de haber entrado antes. Pasanen entró con un Pampers.
Y ya estaba. Porque con el gol de Jadson solo había que esperar una pugna de Pizarro que jamás llegó. O bueno sí, pero esta noche el árbitro Medina Cantalejo había caído en la ebriedad de la indecisión. No por los tantos anulados al ‘Bombardero’, que todo indica fueron bien invalidados, sino por cada jugada en la que dejó en ventaja a los ucranianos cuando todo era al revés.
Las miradas fisgonas de los que hoy sonríen por la derrota de Pizarro tendrán hoy noche de fiesta. Si hasta el gordo Butters hinchó hoy por el 24. Pero no, el Bremen aún tiene el estigma sudamericano del 10 irremplazable. ¿El fútbol dará revancha esta vez?
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